Probablemente una de las especies más perseguidas por los fotógrafos de fauna y naturaleza es la presente hoy en la entrada, el abejaruco. Esta especie de coraciforme de cabeza color marrón canela, con una lista negra en su ojo rojizo, armado con un pico alargado típico de insectívoros, el cuello amarillo, pecho azul y vientre verdoso, es tan inconfundible como su sonido. Este ave, perteneciente al África tropical, crea grandes bandos para sus largas travesías sobrevolando el desierto del Sahara y pasando por el Estrecho de Gibraltar hasta llegar a zonas más templadas y comenzar su apareamiento (primavera-verano).
En dicha época podemos ver como los machos ofrecen presas a las hembras a modo de cortejo. Estos son unos grandes cazadores y acróbatas aéreos, pudiendo alimentarse principalmente de larvas, libélulas y abejas, aunque ingieren casi cualquier insecto. De hecho, como curiosidad, los apicultores suelen echar a los abejarucos de su zona de colmenas, pero la dieta de estas aves no supone bajas perjudiciales para las poblaciones de abejas.
Una vez realizada la cópula, ambos individuos se ponen manos a la obra para construir el nido y, mediante turnos, excavando con el pico y sacando la tierra con sus patas, perforan los taludes de las ramblas y los ríos haciendo túneles de 50 cm a 2,50 m de largo, donde más tarde, la hembra realiza la puesta que ambos individuos incubarán. En el momento de la eclosión, los pollos tienen una ceba constante de insectos que va aumentando conforme van creciendo, es decir, los padres realizan una incesante caza de alimento para sus pequeños. Es una gozada poder presenciar la visita de los abejarucos, disfrutando de los colores y las acrobacias que los caracterizan.